Página 6 - De Las Tinieblas a la Luz

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conformado por las lágrimas que nacen producto de la tristeza, la decepción, y
en la mayoría de veces cuando estas aparecen, las dejas que corran por tus
mejillas, sin limpiarte la cara; colocas tu cabeza mirando fija hacia el suelo y tú
misma comienzas a compadecerte.
Las lágrimas fueron compañeras de mi vida por mucho tiempo, ellas sólo
conocían mi dolor, sólo ellas sabían lo que realmente estaba pasando en mí y
escuchaban mi queja sin cuestionarme.
Hoy, con agrado y mucho orgullo, tomada de la mano de Jesucristo, miro hacia
atrás y recuerdo lo que he vivido, una vida llena de secretos, frustraciones y
oscuridades, de donde sólo Jesucristo pudo rescatarme para que fuera
testimonio vivo de su gracia y llevara consuelo a todos aquellos que viven sin fe
y sin esperanza.
Escogida desde el vientre
¿Por qué nací? ¿Para qué estoy en este mundo? Estas preguntas me las
repetía una y otra vez; me parecía mi vida tan vacía y sin sentido. Siempre creí
que era una mujer que había nacido por un descuido de mis padres; en medio
de las repetidas discusiones que yo tenía con mi madre, le gritaba: ¿para qué
me pariste?, nunca te dije que me trajeras a este desgraciado mundo. Me
odiaba a mí misma y a todo lo que me rodeaba, especialmente la pobreza;
odiaba tener que alimentarme con la comida que nos enviaban los vecinos, unas
veces en buen estado, pero en otras ocasiones, descompuesta, (los fríjoles
traían una capa blanca por encima). A mi corta edad había aprendido a detectar
la comida descompuesta sólo con olerla; su sabor agrio era horrible, sin
embargo, el amor de mi mamá al calentarlos y echarles un poco de manteca,
(una especie de aceite), y el hambre que teníamos, nos ayudaba a poder digerir
los terribles fríjoles.
Cada mañana mi mamá se levantaba, se ubicaba en las puertas de las
carnicerías del pueblo y allí le daban los pedazos de grasa que le quitaban a la
carne, le llamábamos “ñervos”; era todo lo que en las carnicerías sabían que no